Autor:
Dr. Julio Rubén Rotman |
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Tesorero
del CPCECABA |
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Deben
generarse incentivos impositivos para las empresas que
cotizan en la Bolsa. Así, el inversor minoritario será
enemigo de la informalidad y defensor de la
transparencia de precios |
Actualmente
se encuentra en estudio un anteproyecto de Ley de
Transparencia y de Mejores Prácticas para el Gobierno
de las Sociedades. El Consejo Profesional de Ciencias
Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
emitirá próximamente una opinión institucional, ya
que oportunamente fue convocado por la Secretaría de
Asuntos Financieros del Ministerio de Economía a la
presentación del citado anteproyecto. Así, decidió
crear un grupo de trabajo formado por reconocidos
profesionales que brindarán su aporte en un tema que
es absolutamente prioritario. El desarrollo del
mercado de capitales en la Argentina es una asignatura
pendiente. Es de desear que, a partir del apuntado
anteproyecto, comience a revertirse un ciclo negativo
que se caracterizó por la falta de transparencia y el
maltrato al accionista minoritario.
Además,
en los últimos años se descuidó al sector de
papeles privados, y las urgencias financieras
determinaron que el interés sólo se canalizara en
facilitar la colocación de títulos y bonos, mirando
exclusivamente la coyuntura estatal.
En cuanto al mercado de acciones, la falencia fue
manifiesta. Infinidad de empresas, muchas con décadas
de tradición en la Bolsa, se han retirado de la
oferta pública. Los volúmenes negociados han
disminuido geométricamente y sólo un puñado de
papeles cotiza diariamente y con escaso entusiasmo.
Se podrá señalar desde algún sector que se
incrementó la capitalización bursátil (es decir, el
teórico valor de las empresas que surge de
multiplicar el capital accionario por el valor de
cotización), pero es un argumento poco sincero. En
efecto, al cotizar algunas de las empresas
privatizadas, aumenta naturalmente dicho indicador,
pero sólo responde a una cuestión estadística y no
como consecuencia de un incremento genuino del
mercado.
Además, las empresas privatizadas no tienen
“atractivo político”, ya que la inversión en las
acciones de estas firmas sólo persigue el objetivo de
un hipotético dividendo en efectivo o un aumento de
cotización. Pero, por las características de las
emisiones, es imposible “un cambio de manos” en el
paquete accionario mayoritario a través de
transacciones que puedan producirse en el mercado de
valores. Las acciones políticas o “de oro” no
cambian de dueño.
Como si esto fuera poco, en los últimos meses, los
organismos de control aprobaron modificaciones
propuestas por otras empresas cotizantes que
propusieron “canjes de acciones”, que, en la práctica,
también determinan la perpetuidad de los actuales
grupos mayoritarios, aun sin contar con el tradicional
“mitad más uno de los votos”. Esto ocurrió en
empresas grandes con estructuras familiares que
necesitaban obligatoriamente aumentar su capital para
poder seguir manteniendo una hegemonía tecnológica.
No se pusieron trabas a estas discutidas propuestas.
El
minorista, a la deriva
La
falta de incentivos, la recesión económica y la
ausencia de una política de protección más severa
al accionista minoritario también motivaron, al menos
en los últimos tres años, otras distorsiones. Las
acciones cotizaron a valores increíblemente bajos, y
cualquier accionista, ante estas circunstancias
extraordinarias, y teniendo el respaldo de un
porcentaje interesante del paquete accionario de una
empresa, pudo influir en los precios de manera
sustancial. Por lo menos, fue sospechoso el retiro de
varias firmas cotizantes, que ofrecieron pagar a los
minoritarios un precio algo superior a las
cotizaciones paupérrimas que ellas mismas
“alentaron”.
Los minoritarios, en casi todos los casos, tuvieron
que aceptar estas ofertas, ya que la alternativa de
quedarse con acciones que en la práctica iban a dejar
de cotizar, ya sea por retiros autorizados o por falta
de liquidez bursátil, era todavía peor que malvender
sus activos. Lo concreto es que se vivió una situación
de indefensión que en la práctica acentuaba y
aceleraba la desaparición del mercado de, por lo
menos, las especies menos líquidas.
En el apuntado contexto, resulta casi anecdótico que
se autorice en el mercado de capitales argentino una
suerte de “nasdaquito”. La Comisión Nacional de
Valores, mediante Resolución 362/2000 publicada en el
Boletín Oficial el pasado 5 de enero, supuestamente a
pedido de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, aprobó
la constitución de un nuevo panel para la cotización
de empresas tecnológicas en la Bolsa de Comercio. Los
considerandos de la norma sostienen que “es
conveniente dotar al mercado de capitales argentinos
de una mayor gama de productos que permitan optimizar
el perfil de rendimiento y riesgo de los
inversores”. Estas empresas no están obligadas a
presentar balances trimestrales, aunque deben realizar
un informe del directorio, conformado por el organismo
de fiscalización interna, sobre la evolución de la
sociedad.
Los resultados de esta propuesta parecen ser como mínimo
dudosos en el actual desarrollo del mercado. Primero,
cabría fortalecer al panel general.
¿Conviene
que suba la Bolsa?
Pese a que pasaron muchos años, aún está fresco el
pensamiento de un ex presidente argentino, que había
calificado de “timba” a la Bolsa. Habitualmente,
algunos economistas colegas formulan definiciones
parecidas. Pero lo más triste es que a muchos
profesionales –que se supone que son los que poseen
mayor educación- casi les resulta indiferente si sube
o baja la Bolsa del país. “Total yo no tengo
acciones”, suelen decir. Aunque parezca una
asignatura de colegio primario, hay que volver a
advertir sobre la importancia que tiene para la economía
un mercado de capitales creciente y saludable. La
amplia mayoría de los ciudadanos norteamericanos
invierte con buen resultado en las empresas, que
muestran total predisposición para abrir sus
capitales.
En la Argentina, hay que incentivar impositivamente a
las empresas que cotizan en Bolsa. Desde el punto de
vista fiscal, el resultado será positivo, puesto que
el inversor minoritario en las asambleas se convertirá
en el más eficiente enemigo de la economía informal
y en el defensor de la transparencia en los precios de
transferencia de las grandes empresas.
Una suba bursátil no sólo responde a un momento económico.
También es producto del entendimiento de la
importancia del mercado por parte de las autoridades,
de la defensa del accionista minoritario y de la
transparencia en las operaciones |
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