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Publicaciones - Consejo

Consejo Nº 8 - Julio 2009

Editorial
Reflexiones sobre este tiempo de diálogo

Autor:
Dr. José Escandell
Presidente del CPCECABA
La Presidencia de la Nación ha convocado al diálogo, principalmente, a los partidos políticos y a las organizaciones empresarias y sindicales. El diálogo, como cuestión permanente, es un rasgo que debiera caracterizar a cualquier democracia ya que, si no es desde esta perspectiva, ¿cómo podrían resolverse los múltiples problemas que surgen entre los diversos sectores que integran una comunidad?

Pero, más allá de ello, lo cierto es que estamos ante una buena ocasión para reencontrar caminos, para revitalizar canales de tratamiento de la diversidad y para enriquecer el conjunto, solucionando los problemas posibles y jerarquizándolos, estableciendo prioridades, tiempos y grados. Solucionar todo nunca es ni será posible. De tal modo es prioritario establecer los datos de la realidad y desde allí los abordajes pertinentes. Pero las estrategias que se adopten no podrán ser indiferentes a la indispensabilidad de lograr el crecimiento de las estructuras generadoras de valor a fin de potenciar el esfuerzo, tanto público como privado, en la ampliación de las fronteras de productividad y crecimiento de la economía.


Es cierto que la famosa “teoría del derrame” no ha podido superar las exigencias de su confronte con las realidades sociales y que, por ende, no ha logrado demostrar su eficacia en materia de redistribución de la riqueza, ya que es notoria la propensión a su concentración en el mundo. Sin embargo, igualmente es cierto que, para que exista redistribución de la riqueza, ésta debe ser creada, y también lo es que le cabe al Estado intervenir activamente a fin de dinamizar y asegurar ese objetivo. De lo contrario, las sociedades se ven enfrentadas a una puja por los capitales, queriendo forzar inútilmente su redistribución y convirtiendo a la economía en un campo vacío de emprendimientos, crecientemente empobrecida, con sus pésimas consecuencias sobre los sectores socialmente más vulnerables.


Toda esta problemática constituye un campo complejo, dentro del cual coexisten diversas visiones y creencias, tanto en el orden político como en el social y filosófico. Pero es preciso que, cualquiera fuere la concepción, no se pierda de vista la necesaria equivalencia que se produce entre los recursos generados y los recursos aplicados, y que ambos constituyen magnitudes finitas. Si lo pensamos en términos diacrónicos, el crecimiento en estas magnitudes depende a su vez del que se logre en la generación global de recursos, por lo cual es notoria la preponderancia que debiera tener el conjunto de estrategias orientadas a incrementar la tasa de desarrollo y de crecimiento de la economía en su totalidad.


Indudablemente se requieren, en general, grandes sacrificios y esfuerzos, que han de ser crecientes según sea la capacidad contributiva. Y aquí, para asegurar la factibilidad de estas estrategias, se torna indispensable que se hagan avances importantes en materia de aumentar la percepción social objetiva de la legitimidad y equidad del esfuerzo.


Estas perspectivas están fuertemente incididas por la visión que tiene la sociedad de la probidad y eficacia del Estado en la administración de los recursos y en la orientación de los mismos. La confianza y la credibilidad constituyen valores centrales para el buen funcionamiento de una democracia, y es tiempo de hacer lo posible y lo imposible a fin de afianzar el proceso de restauración de los mismos. Para ello, las variables a trabajar son la transparencia, la medición correcta de la realidad en todos sus aspectos y la rendición de cuentas amplia y oportuna, así como el aprendizaje común de respetar la diversidad y abandonar definitivamente la violencia y la prepotencia como formas de expresión y metodología de confrontación de intereses y de ejercicio de cargos.


Otros aspectos que hacen a la misma cuestión están dados por la sensación real y objetiva que deben tener todos los habitantes respecto a la equidad en los esfuerzos que se les exigen. De no ser así, quedan estructuradas distorsiones en la esencia misma de la sociedad que inevitablemente llevarán a escenarios de rupturas y de incumplimientos, con el consecuente daño a la institucionalidad y a la vigencia plena de la norma formal. A modo de ejemplo, en uno de los ámbitos cercanos a nuestras profesiones, podemos citar el hecho de no medirse la realidad económica para fines tributarios, sino su ficción puramente nominal, no reconociendo que nuestra moneda ha sufrido y sufre un proceso de pérdida de poder adquisitivo. Este fenómeno ocurre en múltiples frentes:

a) En los impuestos que gravan a las empresas en las que se ha eliminado el ajuste fiscal por inflación. Esta situación se complementa y potencia con la prohibición vigente, originada en un Decreto del PEN, de que los organismos públicos reciban balances de empresas que estén ajustados por inflación.

b) Las tablas vigentes en el Impuesto a las Ganancias para personas físicas, que mantienen sus tramos originarios, sin que se haya contemplado que los ingresos reales correspondientes al momento de su creación, eran muy superiores a los que representan hoy esos mismos montos en términos nominales.


c) Lo mismo sucede con las deducciones en general, cuya modificación parcial reciente no equipara la evolución que han tenido los precios.


d) En orden a los trabajadores en relación de dependencia y a los autónomos, rige una fuerte discriminación negativa respecto a los segundos en la medida en que tienen una carga fiscal mucho mayor, a igualdad de ingresos. No existe principio lógico ni razonabilidad en esta diferencia.


e) En materia de recaudación simplificada de impuestos, concretamente en el régimen de Monotributo, también se ha experimentado el efecto del achicamiento real de las escalas previstas en el régimen, debido a la inflación, con distorsiones muy severas sobre el universo de contribuyentes afectados.

Tengo el convencimiento de que ninguna distorsión, ni brecha, ni problema, debe llevarnos al pesimismo o al escepticismo, pero también pienso que la realidad posible es la que lograremos construir entre todos. Exigimos por ello a cada uno de los sectores, y nos exigimos a nosotros mismos, la cuota de responsabilidad que nos cabe para hacer de este tiempo un real nuevo tiempo y que por lo tanto seamos capaces de comenzar a construir aquella Patria grande y justa con la que soñaron quienes nos han precedido en el camino de la vida. Quienes, cualquiera sea su lugar, sólo especulen y no se jueguen lealmente en esta instancia, debieran quedar definitivamente marginados de toda consideración pública.

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