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Publicaciones - Universo Económico

UE Nº 72 - Octubre 2004

Nota de Tapa
La hora de los economistas

La inscripción de alumnos para las carreras de grado y posgrado en Economía está creciendo en todas las universidades del país. Y el salto de esta profesión no es sólo cuantitativo: los economistas protagonizaron, en los últimos años, un notable ascenso a altas posiciones de decisión tanto en la esfera pública como en la privada. En forma paralela, la nueva conducción del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se propuso reforzar el trabajo interdisciplinario y priorizar en su agenda de iniciativas el vínculo entre la entidad profesional y los licenciados en Economía. Los economistas están, por lo tanto, frente a una oportunidad única de estrechar sus lazos con el Consejo y adoptarlo como ámbito natural de debate y de defensa de las incumbencias de la profesión. En esta nota de tapa de Universo Económico se repasa toda la actualidad de los licenciados en Economía: el debate por su rol en la crisis y la recuperación de la Argentina, la discusión entre sus distintas corrientes internas y su relación con la sociedad y los medios de comunicación. La producción se completa con un análisis del Dr. Luis María Ponce de León, vicepresidente 1° del CPCECABA, y con un artículo del Dr. Julio Rotman sobre las perspectivas del vínculo entre los economistas y el Consejo. Concluye con columnas de opinión sobre la economía argentina a cargo de reconocidos especialistas.
Fuente:
Universo Económico
Número 72

 

Decenas de miles de alumnos se unen a sus filas todos los años. Tiene un estatus académico alto: es la única ciencia social que cuenta con su propio Premio Nobel. Su profesión está bien representada en los niveles más altos del Gobierno y del mundo de los negocios. Y los licenciados en Economía son citados a menudo como expertos en los medios de comunicación.

Si hubo una profesión ascendente en los últimos 20 años, fue la de los economistas. Sin embargo, la "invasión" de estos profesionales en las distintas esferas de decisión suscita controversias. Algunas tienen bases reales: la rama predominante en los 90 (la ortodoxia neoclásica) está acusada de haber tenido responsabilidad directa en la crisis argentina. Otras, en cambio, surgen de equívocos: en su mayor nivel de exposición pública, la sociedad y los medios reclaman pronósticos a los economistas, lo que provoca la consiguiente pérdida de prestigio en la profesión cuando los vaticinios no se cumplen.


En la Argentina no hay un censo de la profesión, pero sí se tiene la certeza de que cada vez hay más economistas. "Sólo en la UBA se reciben más de 200 licenciados en Economía por año", le informa a Universo Económico Saul Keifman, director de la Maestría en Economía de la UBA. Asegura que "es una de las carreras cuya matrícula más creció".


Sólo en los EE.UU., unos 30.000 estudiantes eligen por año la Economía para dedicarle su vida laboral y/o académica. Actualmente, hay unos 130.000 economistas matriculados en la mayor economía del mundo, de los cuales unos 20.000 se han doctorado.


Víctor Becker, un especialista en microeconomía de la UBA y de la UB, recordaba hace un tiempo, durante una jornada sobre "El rol del economista en la sociedad", organizada por la Asociación Argentina de Economía Política (AAEP), que, cuando empezó a estudiar Economía en el año 1959, le tuvo que decir a su padre que también iba a seguir Derecho, porque en aquella época Economía tenía una salida laboral casi nula, "era como seguir Filosofía o Historia". Pero los tiempos cambian, comentaba Becker, "y hoy el currículo de la carrera aumentó muchísimo; inclusive hay universidades privadas que han surgido exclusivamente en torno a la temática de la Economía".


Universo Económico presenta, en esta producción de tapa, un debate sobre el rol de una profesión clave en el campo de las Ciencias Económicas, su papel en la crisis y en la recuperación de la Argentina, su visión de la coyuntura actual y el potencial de su relación con el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En todos los frentes

En la Argentina, el punto máximo de la participación de economistas en altos niveles de gobierno se alcanzó con el gabinete inicial de la presidencia de Fernando de la Rúa. Allí estaban los economistas José Luis Machinea (en Economía), Ricardo López Murphy (en Defensa), Juan J. Llach (en Educación) y Adalberto Rodríguez Giavarini (en la Cancillería).


La crisis barrió con esta representación de economistas neoclásicos en los más importantes niveles de gobierno.


Para Keifman, la mayoría de la profesión tuvo poca capacidad de autocrítica con relación a la crisis, "y la minoría de economistas que criticaron las reformas no fueron escuchados". Agrega luego: "los economistas argentinos hicieron un recorte sesgado de las ideas y recomendaciones de la profesión, adhiriendo a la corriente más ortodoxa y conservadora, que quedó notablemente sobrerrepresentada y sobredimensionada en relación con la influencia que tiene tanto en la academia como en la formulación de políticas de los países centrales. Esto resulta sorprendente, dado el peso que tuvieron en el pasado las corrientes heterodoxas, particularmente, el estructuralismo".


Exactamente cuánta culpa tuvieron los economistas, los políticos, los empresarios, la sociedad en general o los factores externos en la caída del 2001 es un debate que probablemente nunca se salde. El economista Roberto Frenkel, del CEDES, suele citar un corrido mexicano que dice: "El día que la mataron Rosita estaba de suerte: de seis tiros que le dieron sólo uno era de muerte". El paralelo con la situación local viene a cuento de que es prácticamente imposible determinar cuál fue el verdadero culpable de la tragedia local, o al menos el actor que tiene la mayor cuota de responsabilidad.


Una corriente importante de la ortodoxia argentina sigue pensando que los excesos fiscales y la irresponsabilidad política fueron la razón principal de la crisis. En el plano internacional, el principal defensor de esta tesis es el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Michael Mussa.
En el medio de quienes culpan a los economistas o a los políticos por todos los males están aquellos que piensan que hubo otros factores que desencadenaron la debacle, y que estuvieron bastante más allá del alcance de un grupo local en particular.


Guillermo Calvo, economista jefe del BID, sostiene que el motivo principal fue el frenazo abrupto (sudden stop) de los flujos internacionales de financiamiento, que desplazaron a la economía desde un "equilibrio bueno" a un "equilibrio malo".


Desde un enfoque distinto, Daniel Heymann, economista jefe de la Cepal, también llega a la conclusión de que la crisis tuvo un disparador más sofisticado que la mera culpa de políticos o de economistas. Heymann pone el énfasis en las expectativas de los agentes, que se comportaron como si la economía de 8.000 dólares per cápita fuera a durar para siempre.

¿Técnicos vs. políticos?

Jorge Remes Lenicov, ex ministro de Economía, tiene una explicación para abordar el ascenso de los economistas en los últimos 20 años: "La globalización hizo que se volviera indispensable usar un herramental de política económica complejo, que antes no era necesario". Remes, un economista especializado en temas fiscales que a menudo visita el Consejo Profesional para dar charlas, recuerda que en la década del 70 algunos funcionarios lo llamaban muy despectivamente "tecnócrata". "Los economistas tenemos la mala costumbre de plantarnos a veces desde cierta soberbia, y eso envenena el debate", dice Remes.


La controversia entre políticos y economistas no es local, sino que se produce en todo el mundo. En una reunión en el MIT, donde daba clases antes de arribar a Princeton, Paul Krugman comentaba: "El rol del economista que se ocupa de la política puede ser decepcionante: uno puede estar años armando sofisticadas teorías o testeando miles de datos, para luego ver cómo los políticos vuelven una y otra vez sobre ideas que uno supone que fueron desacreditadas décadas atrás, o dicen cosas que contradicen flagrantemente los hechos de la realidad".


También es cierto que desde la academia, muchas veces, se suele desacreditar el trabajo político de campo. Para ilustrar este aspecto, hay una anécdota útil que involucra al pope neoclásico Robert Lucas, ganador del Premio Nobel. Una vez le preguntaron qué haría si estuviera en el Consejo de Asesores Económicos del Gobierno. "Renunciaría", contestó, serio y sin inmutarse. A menudo, Lucas despreciaba a sus alumnos de la costa Este que ansiaban ir a Washington a hacer carrera como asesores económicos. "Aquí, en Chicago -les aseguraba- somos serios para tratar la economía."

Oráculos

Uno de los flancos más polémicos en el debate sobre el rol de los economistas tiene que ver con los pronósticos y vaticinios. La crisis del 2001- 2002 tuvo tanta volatilidad que los errores de pronóstico estuvieron a la orden del día en buena parte de la profesión.


Suele decirse que los economistas "pronosticaron ocho de las últimas tres recesiones", y el chiste no es gratuito, ya que los yerros con las predicciones tienen su propia historia a nivel internacional. Catorce días antes del "martes negro", el 29 de octubre de 1929, Irving Fisher, el economista estadounidense más famoso de entonces y profesor de la Universidad de Yale, dijo: "En pocos meses espero que el mercado bursátil esté bastante más alto de lo que está hoy". Fisher, un teórico consumado, fundador de la econometría y pionero del análisis de números índices, era además un empresario muy hábil. A valores de hoy, se calcula que durante la Gran Depresión perdió unos 140 millones de dólares de su fortuna personal. A John Maynard Keynes, padre de la macroeconomía moderna, el crack de la Bolsa de EE.UU. también lo agarró desprevenido: perdió (a precios actualizados) 1.200.000 dólares.


Uno supondría que desde entonces, con todo el avance econométrico y con los progresos de la computación, las técnicas de predicción deberían haber mejorado. Pero no. Años atrás, los expertos en economía Kathring Dominguez, Ray Fair y Matthew Shapiro hicieron un experimento: un economista moderno, armado con las más nuevas e innovadoras técnicas econométricas, tampoco hubiera sabido detectar en 1929 que la Gran Depresión estaba a la vuelta de la esquina.


Internacionalmente, el último gran papelón que se recuerda es el de la Nueva Economía: con Internet, muchos suponían que las viejas reglas de la economía ya no eran aplicables, e inclusive se llegó a hablar de "el fin de los ciclos", o, lo que es lo mismo, de una expansión sin límites. Lo más curioso del asunto es que, en el campo académico, los pronósticos son absolutamente despreciados. Pregúntenle a cualquier economista respetado en los círculos de enseñanza a cuánto va a estar el dólar a fin de año, y lo más probable es que se ofenda.


Sin embargo, la mayor exposición pública tiene que ver con los pronósticos. ¿Por qué sigue sucediendo esto? Una explicación vendría por el lado de la dinámica de los medios de comunicación: un pronóstico es un buen título y, si es catastrófico, mejor. Un periodista llama a un economista para preguntarle cuál va a ser el futuro de equis variable, y el economista sabe que sus probabilidades de salir citado como experto están directamente relacionadas con la truculencia de la expectativa que promueva. Probablemente piense que el beneficio de la exposición es mayor que el costo de ser más adelante escrachado por un mal pronóstico, multiplicado por la posibilidad de equivocarse.

Puede haber otras razones. Recientes estudios de la economía del comportamiento y de la neuroeconomía demostraron que el cerebro humano tiene una especie de "compulsión a pronosticar", es decir que tiende a ver patrones donde no los hay y a creer que puede "controlar" el futuro. Pero no está dicha la última palabra en este aspecto.

Econospeak

Un profesor de Macroeconomía Superior de la UBA solía decirles a sus alumnos que la clave para tener éxito en la carrera laboral consistía en "hablar en difícil para que los empresarios creyeran que hacemos cosas importantes y, por lo tanto, nos paguen". Lo decía en broma, claro. Pero la afirmación no deja de tener un costado verdadero.


Al igual que todas las profesiones (contadores, ingenieros, arquitectos, etc.), los economistas suelen apelar a una jerga cuando hablan. No la usan más que otras profesiones, pero el hecho de que en los últimos años hayan tenido tanta exposición pública hace que mucha gente (especialmente quienes no estudiaron Ciencias Económicas) quede fuera de las discusiones sobre economía.


Si la profesión contratara en algún momento a un experto en Relaciones Públicas para mejorar su imagen, sin duda una recomendación central sería la de esforzarse por crear mensajes más claros.


"La gente común descubre que los economistas hablan una suerte de lenguaje extranjero, algo que a mí me gusta llamar econospeak", explica el economista holandés Arjo Klamer, profesor de la Universidad de Rotterdam, que estuvo recientemente en Buenos Aires dando una serie de charlas en diversas instituciones. El académico se dedica a la economía de la cultura y al estudio de la metodología de la economía. Al igual que otros especialistas que abordan la temática de la profesión, Klamer remarca el hecho de que la formalización matemática como lenguaje común es una tradición que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. "¿Adam Smith o John Maynard Keynes habrían calificado para este trabajo con las exigencias de hoy? De ninguna forma: sus ideas estaban expresadas con demasiadas palabras, demasiado imprecisas, poco científicas", provoca el profesor holandés.

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